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Julio Basulto

Julio Basulto

FotoJulioDiplomado en Nutrición Humana y Dietética (UB). Ejerció varios años como profesor asociado en la Unidad de Nutrición Humana de la URV, fue responsable de investigación del GREP-AEDN y editor en la Revista Española de Nutrición Humana y Dietética. Es autor de numerosas publicaciones científicas y divulgativas y docente en diversas instituciones. Ha escrito los libros “No más dieta” y “Secretos de la gente sana” junto a la periodista Mª José Mateo, y el libro “Comer y correr” junto al Dr. Juanjo Cáceres (@juanjocaceresn). En solitario ha publicado los libros “Se me hace bola” y «Mamá come sano». Colabora de forma habitual en el programa «Ser Consumidor» (Cadena Ser)

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En este espacio hemos contado con la inestimable colaboración de Julio Basulto, con publicaciones quincenales, desde julio de 2014 hasta noviembre de 2015.

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Cazando mitos dietéticos: hacer ejercicio ¿aumenta mucho el apetito?

Julio Basulto

@JulioBasulto_DN

 

Hay estudios que le hacen a uno saltar de alegría. Y el publicado en PLoS One en 2014, por Joseph E. Donnelly y colaboradores, es uno de ellos. Les aseguro que solo con leer la conclusión ya me entraron ganas de salir a correr un rato y saborear, otra vez más, el paisaje que regalan cada día las montañas de Osona, siempre distinto, siempre precioso. Lean, lean: “¿Hacer más ejercicio o actividad física altera la ingesta energética ‘ad-libitum’ o la composición de macronutrientes en adultos sanos? Una revisión sistemática”. La expresión “ingesta energética ‘ad-libitum’”, difícil de traducir, proviene del latín y significa «a placer, a voluntad». En el contexto de los estudios relacionados con la nutrición implica que los voluntarios (o los animales en estudio) consumen alimentos sin que ni el propio voluntario ni tampoco alguien externo controle o limite la cantidad o el volumen de ingesta . Veamos más de cerca el estudio, como quien admira el paisaje. (más…)

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Medio ambiente, vegetarianismo y salud. Segundo “round”.

En este mismo “espacio”, hace cosa de quince días, expliqué que no basta con comprar alimentos orgánicos, biológicos o ecológicos si queremos que nuestras decisiones alimentarias ejerzan algún impacto positivo sobre el medio ambiente o sobre nuestra salud. Lo hice en un texto que titulé “¿Te preocupan el medio ambiente y tu salud? Piensa en tus alimentos y no solo en su etiqueta”. Para justificar mis argumentos, me apoyé en un recomendable artículo científico coordinado por el Dr. Joan Sabaté, de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Loma Linda, y disponible en este enlace. (más…)

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¿Te preocupan el medio ambiente y tu salud? Piensa en tus alimentos y no solo en su etiqueta.

Julio Basulto

@JulioBasulto_DN

Creo que nunca he escrito (o no me acuerdo) sobre el impacto que ejerce sobre el medio ambiente el hecho de que comamos de una determinada manera. Pero se acaba de publicar una investigación que me obliga a dedicarle unas líneas a este (crucial) asunto. (más…)

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«Amimefuncionismo, flores de Bach y obesidad. ¿Tríada discordante?»

Julio Basulto

@JulioBasulto_DN

Las creencias populares caminan por sendas distintas a las que recorren las evidencias científicas. Las primeras suelen basarse en anécdotas, algo que resume un concepto llamado “amimefuncionismo”, que conviene mirar de cerca para no caer en sus hipnóticas redes.

El término amimefuncionismo proviene de englobar en una sola palabra la frase “a mí me funciona” y terminarla con el sufijo “-ismo”. Ello da lugar a un sustantivo muy útil para enmarcar este fenómeno como lo que es, un extendido movimiento social que basa su doctrina en una observación sesgada y exenta de cualquier conato de rigor científico (“podéis decir misa, pero a mí me funciona”).

Ojo, porque con “rigor científico” no me refiero a cálculos matemáticos cuadriculados ni a complejas variables epidemiológicas, sino a abrir la posibilidad de que existan explicaciones, para el fenómeno observado, distintas a las que nosotros le atribuimos tras una observación poco deliberada.

Me explico con un ejemplo: una persona con exceso de peso acude a la consulta de un “terapeuta alternativo” enfundado en una bata de un blanco nuclear, que le confiere un aire de experto en salud pública de incuestionable reputación. El motivo de la consulta es, pongamos, el exceso de peso. El “terapeuta” atiende, pregunta escucha y empatiza. También aconseja una hora de ejercicio físico diaria, alejarse de las galletas, de la bollería y de los “refrescos”, dejar de consumir embutido, y tomar flores de Bach, justo antes de cobrar 100 euros del ala.

Una semana después, el paciente vuelve a desperdiciar 100 euros, que diga, vuelve a la consulta, y la báscula revela que ha perdido 5 kilos. ¡Maravilloso! Tanto el “terapeuta”  como el paciente no dudan de que la clave del éxito radica, cómo no, en las mágicas flores de Bach.

Reflexionemos. ¿No tendrá nada que ver el hecho de que cuando pedimos ayuda para perder peso es que estamos dispuestos a realizar cambios en nuestra vida? Tales cambios, como la hora de actividad física o la eliminación de la bollería, que casualmente ha recetado el “terapeuta”, son determinantes para adelgazar. Los 100 euros también son importantes, por cierto, porque tras la inversión es poco probable que el paciente se pase la semana “hidratándose” a base de coca-cola. No menos importante es, sin duda, el hecho de que el “terapeuta” haya escuchado atentamente al paciente, con una actitud empática: el apoyo psicológico resulta crucial para abordar tanto la obesidad como cualquier cambio en el estilo de vida.

Pero hay más posibles explicaciones, como una llamada “azar”. Porque no sabemos si casualmente el paciente se ha divorciado esa semana, o si ha sufrido una pérdida importante de un ser querido, algo que en muchas personas genera importantes pérdidas de peso (al menos hasta que se supera el trauma psicológico). ¿Y si el paciente padece una enfermedad que le ha hecho perder peso justo esa semana?  (Ej.: gastroenteritis con diarreas).

Volvamos, pues, a las evidencias científicas. Son las que tratan de diferenciar la casualidad (la relación entre variables se debe al azar)  y la correlación (dos variables están relacionadas, sin que una sea la consecuencia de la otra), de la causalidad (una variable genera la existencia de la nueva variable). Solo cuando se demuestra de manera fehaciente y con un amplio grupo de población que existe una causalidad, es momento de revisar otros parámetros, tales como efectos secundarios, coste económico y sanitario, etc. En agosto de 2010 en la revista Swiss Medical Weekly, se concluía que no existen evidencias convincentes que muestren que las flores de Bach sean efectivas para tratar ninguna condición. Aunque las flores de Bach es poco probable que generen efectos adversos (salvo si se usan en una enfermedad, en sustitución de una terapia que de verdad cure dicha enfermedad), esto no sucede con una terapia alternativa prima hermana de las flores de Bach, la aromaterapia (tan ineficaz como la anterior – Maturitas. 2012 Mar;71(3):257-60-). En enero de 2012 se publicaba en la revista The International journal of risk & safety in medicine una revisión sistemática de la literatura cuya conclusión no podemos pasar por alto: “La aromaterapia tiene el potencial de causar efectos adversos algunos de los cuales son serios”.

Tras estas reflexiones, si estás pensando en algo así como “este hombre dirá lo que quiera, pero lo que a mí me funciona, le funciona a mucha gente” (¿”anosotrosnosfuncionismo”?), nada mejor que recurrir a una frase del Profesor Edzard Ernst. Ernst es un auténtico experto mundial en salud pública, con más de 1500 publicaciones científicas a sus espaldas. La frase, que compartió en su blog, en octubre de 2013, es la siguiente:

– “El plural de anécdota no es evidencia, sino ‘anécdotas’”.

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Jaque al cáncer con la “díaita”.

Julio Basulto

@JulioBasulto_DN

En este texto hablaré de la prevención del cáncer, una de las enfermedades que más seres queridos se lleva al otro barrio de forma prematura (unos 7,6 millones de personas cada año). Pongo en cursiva “prevención”, por si el titular que he puesto lleva a malas interpretaciones. Es decir, que nadie espere encontrar aquí “el método” de revertir el cáncer con la dieta, una vez instaurado. Eso, además de antiético, está prohibido (con razón) por el Real Decreto 1907/1996 sobre publicidad y promoción comercial de productos, actividades o servicios con pretendida finalidad sanitaria. Así que las dietas “curacáncer” o similares se las dejo a quien quiera engañar a personas vulnerables a costa de su ingenuidad. El tratamiento del cáncer debe quedar en manos de un oncólogo en toda regla, y los consejos dietético-nutricionales para un paciente con cáncer debe pautarlos un dietista-nutricionista con experiencia en el tema.

Dicho esto, es momento de hablar de la “díaita”, una palabra que, para los griegos, hacía referencia al estilo de vida en su conjunto, y no solo a los hábitos alimenticios. La importancia de esta preciosa palabra queda reflejada en una serie de consejos que acaba de emitir (14 de octubre de 2014) la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su página web, en el marco del llamado “Código europeo contra el cáncer”. En él leemos que la prevención desempeña un papel crítico en la lucha contra el cáncer. A continuación enumero algunos de los “movimientos ajedrecísticos” que nos propone la OMS, a través de su agencia especializada en la investigación del cáncer (IARC), para prevenir esta enfermedad. Me he permitido añadir algunos enlaces “de cosecha propia”, por si alguien quiere disponer de más información:

1.- No fumes. No uses ningún tipo de tabaco.

2.- Haz que tu hogar esté libre de humo. Apoya las políticas “sin humo” en tu puesto de trabajo.

3.- Toma medidas para permanecer en un peso saludable.

4.-  Sé físicamente activo en tu día a día. Limita el tiempo que pasas sentado.

5.- Sigue una dieta saludable:

– Toma muchos cereales integrales, legumbres, verduras y frutas.

– Limita los alimentos ricos en calorías (alimentos con mucho azúcar o mucha sal) y evita las bebidas azucaradas.

6.- Si bebes alcohol de cualquier tipo, limita la cantidad. Para la prevención del cáncer, es mejor no beber alcohol.

7.- Evita tomar mucho el sol, especialmente en el caso de los niños. Utiliza protectores solares. No utilices cabinas de bronceado.

8. Ten en cuenta que amamantar reduce el riesgo de cáncer de la madre.

El documento incluye otros consejos, como protegernos de sustancias que causan cáncer, como el radón, o evitar la terapia hormonal sustitutiva, pero los ocho anteriores son, en mi opinión, los más relacionados con la “díaita” y nos transmiten un mensaje bien claro: “mejora tu estilo de vida”. ¿Sabías que hasta 7 de cada diez casos de cáncer se pueden prevenir, según la American Cancer Society, si nos “enrocamos” en unos buenos hábitos de vida?

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Fumar puede ser útil para adelgazar…el cerebro.

Julio Basulto

@JulioBasulto_DN

Aunque no se lo crean, muchas personas o bien fuman para mantener su figura, o bien no abandonan el tabaco por miedo a engordar. Se trata de una actitud contraproducente, según indiqué en el texto titulado “Fumar engorda”, porque tarde o temprano se dejará de fumar y ello se puede acompañar de un aumento (de media) de unos 5 kilos. No todo el mundo gana peso, desde luego (entre el 16% y el 21% de los exfumadores no lo hace) pero lo cierto es que cuanto antes se deje de fumar, menores serán las posibilidades de llevarse, de premio, unos kilos de más. Y si nunca se empieza a fumar, mucho mejor, porque no tendremos que pagar ese y otros “tributos” con nuestro propio cuerpo.

En el citado texto incluí algunos consejos para abordar esta cuestión, el más importante de los cuales es pedir ayuda sanitaria (sea de un médico o de un psicólogo), dada la enorme dificultad que conlleva hoy por hoy dejar de fumar: los cigarrillos, traen en la actualidad muchas más sustancias adictivas que hace cuarenta años. Concretamente entre cuatrocientas y seiscientas sustancias más. ¿Por qué? Muy sencillo, para «enganchar aún más a los consumidores”, según el Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo. Tienen consejos para dejar de fumar en este enlace del Ministerio de Sanidad y Política Social: www.msps.es/ciudadanos/proteccionSalud/tabaco.

En todo caso, hoy quiero hablar brevemente de algo que se suma a la larga y creciente lista de razones para dejar de fumar, y que también tiene que ver con la pérdida de peso, pero no abdominal o gluteofemoral, sino cerebral. Diversos estudios han mostrado que fumar se asocia a claras anormalidades cerebrales, pero no fue hasta diciembre de 2010 que supimos que también reduce la corteza cerebral, un área específica del cerebro responsable de funciones tan importantes como el lenguaje, el procesamiento de información, la memoria y el proceso de envejecimiento. El estudio, publicado en Biological Psychiatry, mostró que a más tabaquismo, más “adelgazamiento” del tejido cortical. Investigaciones más recientes, como la de Durazzo y colaboradores (Alzheimers Dement. 2014;10(3 Suppl):S122-45), han relacionado esta clase de “delgadez” con una enfermedad poco romántica llamada Alzheimer.

La primera firmante del estudio de 2010, la Dra. Simone Kühn, declaró en una nota de prensa publicada por Elsevier, lo siguiente:

«Dado que la región del cerebro en la que encontramos el adelgazamiento asociado al tabaquismo se ha relacionado con control de los impulsos, los procesos de recompensa y la toma de decisiones, esto podría explicar cómo se produce la adicción a la nicotina».

Así pues, hay algo en el tabaco que nos “adelgaza” el cerebro, y ello se traducirá en que somos todavía más vulnerables a convertirnos en fumadores. Una bicoca. Pero no todo está perdido. La Dra. Kühn tiene esperanzas de que la deshabituación tabáquica se traduzca en mejoras cerebrales. Es decir, dejar de fumar nos haría ganar peso ¡cerebral! Así da gusto “engordar”, ¿no les parece?

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Riesgos para la salud de los “alimentos funcionales”.

Julio Basulto

@JulioBasulto_DN

Aunque existen muchas definiciones de “alimento funcional”, en general entendemos que es aquel que podría ejercer beneficios sobre nuestra salud no atribuibles a sus nutrientes (agua, energía, proteínas, carbohidratos, grasas,  vitaminas o minerales) sino a otras sustancias. Para mí el paradigma de alimento funcional no es el Actimel (ni en sueños), sino la leche materna, cuyos beneficios para la salud del niño (y no digamos de la madre) van mucho más allá de su composición nutricional. No soy el único que lo piensa, desde luego. Gura y Lönnerdal, por ejemplo, lo documentaron la mar de bien en julio de 2000 (Nutrition) y en agosto de 2014 (Science), respectivamente.

Hace un par de años tuve el placer de publicar junto a las doctoras Patricia Casas-Agustench y Nancy Babio, así como con el doctor Jordi Salas-Salvadó, una investigación sobre alimentos funcionales. Apareció en la edición de marzo-abril de 2012 de la revista Nutrición Hospitalaria, y la pueden consultar en este enlace. Veo ahora, mientras escribo estas líneas, que una revisión sistemática de la literatura sobre el consumo de alimentos funcionales en Europa, y recién publicada por Özen y colaboradores en Nutrición Hospitalaria (marzo de 2014), cita nuestra investigación. ¡Nuestras silentes horas de sudor sirvieron de algo!

El caso es que diseñamos una encuesta en la que, a través de 16 preguntas, intentamos evaluar los conocimientos, el interés, la predisposición y la valoración de los alimentos funcionales por parte de dietistas-nutricionistas y de otros expertos en nutrición humana en dietética españoles. Una de las preguntas fue “¿Cuál es el problema más grande que cree que tienen algunos alimentos funcionales?”, a la que los encuestados podían responder con alguna de estas opciones:

  • Son más caros
  • Creo que no son alimentos naturales
  • A veces no se conocen los posibles beneficios
  • A veces no se conocen los posibles efectos negativos de su consumo
  • Se medicaliza la alimentación
  • Otras razones (publicidad engañosa, uso incorrecto, creer que con su consumo ya se consigue una alimentación equilibrada, u otras razones –especificar-)

La última respuesta era abierta, es decir, los encuestados podían responder por escrito más problemas asociados a los alimentos funcionales. No obtuvimos ninguna respuesta destacable, quizá por lo reciente que es la incursión de estos productos en el mercado, que no nos ha permitido reflexionar en profundidad sobre esta cuestión.

Pues bien, explico todo lo anterior porque una investigación recién publicada por el Dr. Rohan Ameratunga y colaboradores en la revista Critical reviews in food science and nutrition, acaba de reflexionar de lo lindo sobre posibles “peros” de los alimentos funcionales, cada vez más presentes en nuestras vidas. Creo que habríamos añadido algún “item” más a las posibles respuestas que acabo de detallar si hubiéramos leído el artículo de Ameratunga antes de publicar el nuestro (algo imposible, claro, todavía no tenemos la bola de cristal que todo lo sabe). Ameratunga y colaboradores incluyen una tabla en la que recogen los (en sus palabras) “riesgos asociados con los alimentos funcionales”:

  • Riesgos asociados con la frágil definición de “alimento funcional” (que se traduce en inconsistencias en su regulación, algo que puede afectar, sin duda, a los consumidores, por ejemplo, creando confusión)
  • Riesgos asociados a la poca calidad del control de estos alimentos (que puede generar, por ejemplo, efectos tóxicos -¿sabía que los extractos de manzanilla podrían producir abortos? Vean aquí qué opina MedlinePlus-)
  • Riesgo de incrementar el riesgo de cáncer (Ej.: existen indicios que señalan que un exceso de alimentos fortificados con ácido fólico podría incrementar el riesgo de cáncer en personas mayores – Curr Opin Clin Nutr Metab Care. 2009;12(6):555-64-)
  • Riesgo de reacciones adversas a los alimentos (Ej.: alergia). 

Fuera de la tabla, sin embargo, incluyen un riesgo nada desdeñable, y al que hice alusión en mi texto “Complementos dietéticos para perder peso: peor que inútiles”. Lean,  lean:

“Los consumidores que creen que los alimentos funcionales pueden compensar la falta de una dieta sana y equilibrada pueden exponerse a un riesgo nutricional. Del mismo modo, el consumo de alimentos funcionales no exime a los consumidores de la responsabilidad de modificar los estilos de vida poco saludables para reducir el riesgo de enfermedades crónicas”.

No puedo estar más de acuerdo. Esta falsa sensación de seguridad que generan esta clase de “talismanes” se traduce en que, probablemente, nos permitiremos ser indulgentes con nuestros malos hábitos. Es algo que resumió estupendamente un tuitero llamado “Sauco” (‏@Sauco8) en marzo de 2014, en el siguiente tuit: “Beberte una botella de Larios y fumarte dos paquetes de Ducados al día, pero antes de dormir, un Danacol, que con la salud no se juega”.

Por último, si les interesa el tema no dejen de leer un magnífico texto pubicado por la Dra. Lorena Meléndez y colaboradores en “Atención Primaria”, cuyo título habla por sí solo “Los funcionales a examen: ¿alimentos al servicio de la salud o nuevo negocio para la industria alimentaria?”. El apartado “el caso Actimel®” no tiene desperdicio, se lo aseguro.

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Artimañas del marketing del Fast Food. Verlas venir para dejarlas pasar

Julio Basulto

@JulioBasulto_DN

Esta semana he descubierto un dato que ha caído en mi cabeza como un jarro de agua fría. Como la del Ice Bucket Challenge, aunque en este caso sin derroche de recursos naturales. Pueden comprobar en este texto que mientras que en Estados Unidos la inversión financiera para promocionar el consumo de frutas y hortalizas asciende a entre 3 y 5 millones de dólares anuales, el gasto en marketing de fast food (comida rápida) dirigido a niños y adolescentes también es de unos 5 millones, pero no anuales, sino diarios. No he encontrado datos para España, pero estoy seguro de que la situación será similar (no en cuanto a la cifra, pero sí en cuanto a la diferencia entre el gasto destinado a una y otra “causa”).

Imagínense ahora a un profesor hablando a sus alumnos sobre las frutas y las hortalizas mientras que, a su lado y con un tono de voz más alto, hay 365 marketinianos, muy atractivos, muy inteligentes y muy bien formados, cantando maravillas de las salchipatatas fritas con salsa mexicana. Algo así es lo que sucede hoy. Si han visto el anuncio que la televisión emite estos días en el que el cómico Luis Piedrahita se vende a la multinacional McDonald’s para que ellos ganen dinero y nosotros perdamos salud, entenderán a qué me refiero.

Le entran a uno ganas de dedicarse a otra cosa, se lo aseguro. Pero lo cierto es que no soy de esos que tiran la toalla así como así (“la constancia todo lo alcanza”, dice el refrán) por lo que he pensado en detallar las seis principales categorías de actividades promocionales que utiliza la industria alimentaria para conseguir que nuestros hijos coman una “jartá” de comida rápida.

En un informe de la Comisión Federal de Comercio de Estados Unidos (“Federal Trade Commision”), dirigido al Congreso y titulado “Marketing de alimentos a niños y adolescentes. Una revisión de gastos, actividades y autorregulación de la industria”, leemos que las empresas de alimentación utilizan “innumerables técnicas”, y no solo los tradicionales medios de comunicación (prensa, radio y televisión). En todo caso, se pueden agrupar en estas seis:

1.- Medios tradicionales: televisión, radio y medios impresos.

2.- Otras promociones tradicionales, tales como:

  • La colocación estratégica de sus productos,
  • La aparición en películas, vídeos o videojuegos,
  • La utilización, para promocionar sus productos, de personajes de dibujos animados o personajes famosos (Ej.: Luis Piedrahita),
  • El patrocinio de deportes u otros eventos o actividades filantrópicas (esas que, según la Dra. Margaret Chan, directora general de la Organización Mundial de la Salud, “hacen ver a estas industrias como ciudadanos corporativos respetables ante los ojos de los políticos y del público”)

3.- Nuevos medios: sitios webs patrocinados, Internet, el “marketing viral”, otros medios digitales y, también, el “boca a boca”.

4.- El embalaje de los productos y la promoción dentro de las tiendas.

5.- Premios (Ej.: los que acompañan a muchos productos en su embalaje o los que nos regalan en la tienda –Ej.: los típicos regalos que acompañan al menú infantil de McDonald’s).

6.- Marketing dentro de las escuelas (¡Hurra!).

La Federal Trade Commision, en su informe, elaborado en 2008, pero de plena actualidad, nos regaló una magnífica gráfica que detalla qué porcentaje invierten las industrias del “fast food” en cada uno de los seis tipos de actividades promocionales recién citadas. La he traducido al español, para que no quepa duda:

GráficaTextoArtimañas

Gráfica 1. Porcentaje invertido cada año por la industria del “fast food” en Estados Unidos para promocionar sus productos a niños y adolescentes.

¿Estamos no rodeados? Dice Luis Junceda, autor del “diccionario de refranes, dichos y proverbios”, que “vérsele a alguien el plumero” es una expresión útil “para señalar en cualquiera algún atisbo o inclinación recusable”. Eso pretenden estas líneas, ayudar a que se les vea el plumero a estas poderosísimas industrias, cuya inclinación es bastante recusable, en mi opinión. Sé que es muy posible que este tenue sermón no sirva para nada, rodeado como está de alaridos proclamando lo contrario, pero me da por pensar que conocer las estrategias con las que cuenta el ajedrecista que tenemos delante puede ayudarnos a ganar la partida. La partida no es otra que nuestra propia salud o la de nuestros hijos.

Les dejo con algunos textos que he redactado últimamente sobre este (recusable) asunto:

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Si le digo a mi hijo que la zanahoria “te ayuda a leer y a contar” o que la galleta “te fortalece” ¿comerá más…o menos?

Julio Basulto (@JulioBasulto_DN)

Hay quien confunde a los niños con el mando de la tele. Y también hay quien, aprovechándose de ello, pretende darnos las instrucciones de dicho “mando”, para que nuestros hijos nos obedezcan sumisamente, obviando los peligros de la obediencia ciega. En mi ámbito, la alimentación humana, también sucede. Ahora mismo hay dos best-sellers, escritos por sendos famosos (que no reputados) pseudoexpertos, que nos perjuran que con su “método” conquistaremos el control del antedicho “mando” y doblegaremos los “chantajes” y “caprichos” de los pequeños (sic) para conseguir que coman “de todo”. Como todo ello me parece un soberano despropósito, además de un insulto a la infancia, me encanta cada vez que alguien publica un estudio como el que comento en esta entrada.

Presentar los alimentos a los preescolares sin decir ni palabra sobre sus (hipotéticos) beneficios es lo mejor. Explicarles que algo es sano o “nos pone fuertes” puede ser contraproducente y traducirse en que comerán menos. Es lo que concluye una inteligentísima investigación recién publicada por Michal Maimaran y Ayelet Fishbach, que amplío en unas líneas. Pero antes, ojo al vocablo “presentar” que he puesto en cursiva, para subrayar que no es sinónimo de “introducir”. Tampoco de “embutir”, “encajar” o mucho menos “empotrar”. Porque mucha gente lo hace, y a diario. Presentar significa que ponemos los alimentos delante de los niños, y que ellos deciden si se los comen y cuánto comen. Sin premios, sin felicitaciones y (por supuesto) sin reprimendas o castigos. Justito lo que acaba de proponer (agosto de 2014) la Academia de Nutrición y Dietética, la más grande organización estadounidense de profesionales de la nutrición humana. Lean, lean:

“[…] el uso de un enfoque de la alimentación perceptiva [en inglés “responsive”, que en ocasiones se traduce como “responsiva”], en la que el cuidador reconoce las señales de hambre y saciedad del niño, y responde en consecuencia, se ha incorporado en numerosos programas federales de alimentación y nutrición internacionales. […]. Con este enfoque, el  papel de los padres u otros cuidadores con respecto a la alimentación consiste en proporcionar oportunidades estructuradas para comer, un apoyo apropiado en función del desarrollo del niño, y alimentos adecuados, sin coaccionar al niño para que coma. Los niños son responsables de determinar si comen o no y en qué cantidad lo hacen, de entre lo que se les ofrece”.

Aparece en su documento “Nutrition Guidance for Healthy Children Ages 2 to 11 Years” (Guía nutricional para niños sanos de entre 2 y 11 años), que pueden consultar aquí.

Vayamos pues al estudio de Maimaran y Fishbach, publicado en junio de 2014 en la revista Journal of Consumer Research. En él han observado  “evidencias consistentes” de lo siguiente: si le decimos a un preescolar que un alimento le ayuda a aprender a leer, a saber contar, o a estar más fuerte, eso se traduce en que declarará tener menos ganas de comérselo y además comerá menos …aunque sea una galleta salada. Realizaron varios experimentos con niños de entre 3 y 5,5 años. En un par de ellos hacían entender a los niños (mediante dibujos y explicaciones simultáneas) que tomar zanahorias les ayudaría a aprender a contar o a leer. Es falso, pero lo hicieron para ver qué pasaba. Y resulta que los niños, desde ese momento, declararon que las zanahorias estaban menos sabrosas, y además comieron menos cantidad que si no se les decía ni pío (había un grupo “control”).

Pero hay más. En otro experimento les detallaban que las crackers (galletas saladas, que les encantan a los niños –y a los adultos-) “te hacen estar fuerte”. Y lo mismo: a los niños les parecían menos apetecibles, y además comían menos. “Los mensajes de salud pueden reducir el consumo”, declaran los autores. Eso pasó en un experimento aislado, así que ¿qué sucederá si cada día machacamos a nuestros hijos diciéndoles que el tomate es cardioprotector? “Las recompensas a menudo socavan la motivación intrínseca”, declaran Maimaran y Fishbach, “incluso si es una recompensa psicológica”.

Los investigadores, muy listos, pensaron que alguien les echaría en cara que para los niños de entre 3 y 5 años estar fuerte o saber contar o leer no es importante. Así que hicieron un test con una muestra de niños de esta edad, y descubrieron que no hay diferencias entre la importancia que asignan a la salud (“estar fuerte”) o la inteligencia (“saber contar” o “saber leer”) que la que otorgan a otras cuestiones, como “ser guapo”, “tener muchos amigos”, etc.   

Probaron también a ver qué pasaba si les decían a los niños que el alimento tiene buen sabor (“está delicioso”), y nada, no tomaron ni más ni menos. En este caso no se redujo el consumo, aunque postulan que “poner énfasis en el sabor de un alimento podría conducir a que el niño piense que es menos saludable”.

¿Qué proponen? Pues algo parecido a lo que señala la Academia de Nutrición y Dietética: ofrecer alimentos saludables y dejar que el niño sea el que decida si se los come o no. Aunque añaden algo más: que los padres o cuidadores prediquen con el ejemplo (que no con las palabras). Muy de acuerdo.

Ahora imagina que llaman a tu puerta a las 15:30h. Dos veces seguidas, es decir, dos sonoros “Ding-dong” que retumban por toda la casa y que te hacen acudir rápidamente a abrir por si es algo urgente. Mientras caminas por el pasillo, piensas en quién puede ser. Por la hora, es muy poco probable que sea el cartero: seguro que ya está fuera de servicio. Tampoco un vecino pidiéndote una pizca de sal (¡yodada!) porque se le ha acabado y la necesita para aderezar un guacamole. Además, no llamaría con semejante insistencia. Al abrir te encuentras a una pareja de jóvenes entrajados, que lucen una sospechosa sonrisa que hace juego con la colonia. Atención, pregunta: ¿qué pensarás en el momento en que te digan “le proponemos pagar menos por su servicio de teléfono”? Yo lo tengo claro: que aquí hay gato encerrado. Es lo mismo que piensa un menor cuando un sonriente adulto interrumpe su natural proceso de alimentación y lo “instrumentaliza” a base de “ding-dongs”. Es decir, cuando en vez de permitir que el niño disfrute y saboree la comida según sus gustos y preferencias (dentro de una oferta de comida sana, se entiende), le suelta mentiras como que “el tomate te hace crecer”.

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Si doy el pecho ¿debo beber mucha agua? Lactancia materna y falacias hidratantes.

Julio Basulto

@JulioBasulto_DN

Las trampas lógicas son consideraciones que a simple vista parecen ciertas, porque son la mar de razonables, pero que en realidad esconden una falacia. Una de dichas trampas se produce cuando extraemos una conclusión errónea a partir de dos premisas verdaderas. Por ejemplo:

A: La mujer que da el pecho produce mucha leche cada día (verdad).

B: La leche materna está compuesta en un 90% de agua (verdad).

➜C: Cuanta más agua beba la madre, más leche producirá (¿verdad?).

Veamos. Uno de los libros de referencia en relación a la alimentación en la lactancia es el publicado en 2001 por la Organización Mundial de la Salud (OMS) “Healthy Eating During Pregnancy and Breastfeeding” (Alimentación saludable durante el embarazo y la lactancia), que se puede consultar en este enlace. ¿Aconsejará la OMS a las madres que beban por encima de su sed? Lean, lean:

“Women who are breastfeeding should drink the amount needed to satisfy their thirst”,

Es decir, “Las mujeres que amamantan deberían beber la cantidad que necesitan para satisfacer su sed”. Así que para la OMS, la conclusión antes citada no tiene nada de axiomática. Como vemos, a esta entidad no le pasó por alto que la veracidad de dos premisas, en un razonamiento bien planteado, no garantiza la verdad de la conclusión. Sin embargo, lo cierto es que, aunque la OMS me parece una entidad muy reputada, no podemos saber si esta organización recurrió a datos científicos contrastables y juiciosos que justifiquen su consejo, porque su documento no contiene referencias bibliográficas, es decir, estudios en humanos.

Y es que  para saber si es o no cierta la oración “Cuanta más agua beba la madre, más leche producirá” deberíamos obligar a unas cuantas mamás lactantes a que beban agua por encima de su sensación de sed y comparar la cantidad de leche que produzcan con la de otras mamás lactantes que deberían beber simplemente en función de su sed. Para saber la leche que extraen las madres deberemos pesarlas antes y después de mamar con una buena báscula. ¿Se habrá tomado alguien la molestia de realizar este experimento? Pues sí. Varias personas se han tomado semejantes molestias.

El primer investigador en arremangarse fue el Dr. Axel Olsen, nada menos que en 1940. Podemos leer las magistrales primeras frases de su estudio en la página web de la publicación que recogió su investigación, la revista científica Acta Obstetricia et Gynecologica Scandinavica (volumen 20, número 4, páginas 313-343). No tengo acceso al artículo completo, pero he hallado la conclusión de su investigación en la sexta edición del recomendable libro “Lactancia materna. Una guía para la profesión médica”, de Ruth A. Lawrence y Robert M. Lawrence, que atesoro en mi estantería desde que se publicó, en 2007. En la página 356 leemos la conclusión del estudio del Dr. Olsen:

“[…] la bebida forzada y excesiva no es necesaria ni beneficiosa en lo que se refiere a la lactancia […]”.

El libro de Ruth y Robert Lawrence detalla más investigaciones como la de Olsen, con similares conclusiones, por lo que estos brillantes expertos no dudaron en afirmar que “Desde un punto de vista práctico, las mujeres muestran un incremento de la sed que generalmente mantiene la necesidad de incremento del consumo de agua”.

Me fío mucho de los Lawrence, pero me fío más todavía del pediatra Carlos González. Además de escribir una serie de impagables libros divulgativos que han cambiado mi vida (y no exagero), Carlos fue el responsable de redactar el capítulo “Dieta y suplementos para la madre lactante” que aparece en el libro “Manual de lactancia materna. De la teoría a la práctica”, publicado por la Asociación Española de Pediatría en 2009. El capítulo tiene un apartado denominado “Agua” que reza:

“La madre que lacta necesita tomar más agua, pero no es preciso imponerle un consumo determinado. Basta con que beba según su sed […] Beber agua extra no aumenta la producción de leche, ni a corto ni a medio plazo”.

En todo caso, por más que idolatre a Carlos González, hoy por hoy, si queremos estar seguros de algo relacionado con la salud humana debemos acudir a la llamada «medicina basada en la evidencia», también conocida como «medicina basada en pruebas». Una de las entidades de mayor prestigio en el terreno de la medicina basada en la evidencia es la Colaboración Cochrane, que reúne a un gran grupo de investigadores que aplican un riguroso y sistemático proceso de revisión de las intervenciones que tengan que ver con la salud.

Pues bien, hace dos escasos meses, su revista oficial (Cochrane Database of Systematic Reviews) ha publicado un estudio con el siguiente título: “Extra fluids for breastfeeding mothers for increasing milk production”. O sea, “Fluidos extra para que aumenten la producción de leche las mujeres que amamantan”. Les juro que mientras leía el título resonaba en mi mente un redoble de tambores, como el que precede a una ejecución.

El artículo comienza casi con las mismas palabras que escribía en 1940 el Dr. Axel Olsen en la introducción de su investigación: “En ocasiones se aconseja a las madres que aumenten su ingesta de fluidos con la esperanza de que esto pudiera mejorar la producción de la leche materna”. Hay que ver, 74 años después y seguimos igual. La revisión Cochrane, impecable, como siempre, revela fallos metodológicos en casi todos los estudios revisados, pero concluye lo siguiente:

“No hay pruebas suficientes que justifiquen una ingesta de líquidos más allá de lo que es probable que necesiten las madres lactantes para cubrir sus necesidades fisiológicas”.

En resumidas cuentas: si das el pecho, bebe en función de la sed que tengas en cada momento. Si te preocupa la producción de leche, acude ahora mismo a la librería más cercana y hazte con el libro “Un regalo para toda la vida”, de Carlos González. No te arrepentirás en toda tu vida.

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Un billete arrugado no es “una arruga”, y una persona que presenta obesidad no es “un obeso”

Cómo me ha gustado un artículo recién publicado en Medscape, firmado por la Dra. Rebecca M. Puhl. Me ha gustado el título, me ha gustado el contenido y me han gustado hasta las referencias bibliográficas. Solo he echado de menos una cita en la bibliografía, que guardo como oro en paño desde el año pasado, y que comentaré en unas líneas.

Vayamos al título “Lenguaje y obesidad: poniendo a la persona antes que la enfermedad”. Nos transmite un mensaje bien claro: uno sigue siendo persona, aunque padezca una enfermedad. Hace poco leí una metáfora que señalaba que, dado que un billete arrugado sigue teniendo el mismo valor, podemos aplicarnos lo mismo cuando sufrimos alguna clase de percance en la vida: aunque estemos deprimidos o enfermos, nuestro “valor” sigue intacto.

Se me ocurre que de igual manera que diremos que estamos ante un “billete arrugado”, y no ante una “arruga”, deberíamos decir que una persona padece depresión, no que es un “deprimido”. Sucede así con otros muchos trastornos. No estamos, por ejemplo, ante un “niño autista”, sino ante un niño con autismo o “que presenta autismo”. Tampoco estamos ante a un “sidoso” sino ante alguien que padece el sida o, mejor, “víctima del sida”.

En cuanto al contenido del artículo, se aborda de forma magistral un tema del que muchos profesionales sanitarios no son conscientes: la importancia de las palabras. Habla de un lenguaje codificado como “las personas primero”, y explica que “las personas no se definen por su diagnóstico”. O sea, haremos referencia a la condición que presenta la persona, nunca  a lo que una persona “es”. Al usar este lenguaje ofrecemos a quienes nos rodean  “más dignidad y respeto ya que se enfrentan dos retos sociales y médicos relacionados con su salud”, según la Dra. Puhl. Un respeto que no abunda, desgraciadamente, en el terreno del peso corporal, tal y como expliqué en el texto “La pereza, ¿engorda?”.

En dicho texto insistí en que no podemos culpar a alguien con exceso de peso de sus kilos de más, de igual manera que no decimos que la sordera es por culpa de no escuchar. Cada vez tenemos más pruebas de que nuestro entorno “obesogénico” es en buena parte responsable de nuestra ganancia de peso con los años. Un ejemplo nos lo brindó la Dra. Margaret Chan, directora de la Organización Mundial de la Salud, el 10 de julio del presente año (2014). La Dra. Chan declaró que “las prácticas de la industria, especialmente el marketing de alimentos insanos y de bebidas insanas a niños, contribuyen a la epidemia de obesidad”. Pueden comprobarlo en este enlace.

Sea como fuere, nunca deberíamos decir que alguien que presenta obesidad es “un obeso”, porque ello, además alentar los prejuicios y generar un estereotipo negativo y estigmatizante, puede dañar a la persona que lo escucha. Y mucho. Puede perjudicar su calidad de vida tanto desde un punto de vista psíquico como físico pero también puede deteriorar sus relaciones sociales.

Sin embargo, podría citarles varios documentos en español relacionados con el sobrepeso y la obesidad que hablan de “los obesos” o de “las obesas”. Una pena. Estoy seguro de que sus autores no lo han hecho con mala intención, pero sería mucho mejor si ese error no estuviera presente: los profesionales sanitarios, lo queramos o no, desempeñamos un importante papel en la formación de actitudes y percepciones de la sociedad hacia cualquier trastorno, y eso incluye a la obesidad. Por suerte, como explica Rebecca M. Puhl, numerosas organizaciones de salud internacionales llevan años integrando en sus documentos el lenguaje basado en “las personas primero”, que tiene como objetivo evitar desigualdades y respetar la dignidad de quien presenta obesidad.

Decía que la bibliografía que cita la Dra. Puhl me ha gustado mucho, pero que he echado de menos en ella un interesantísimo artículo científico que atesoro en mi ordenador desde el año pasado. Es el que recogió la edición de abril de 2013 de la revista International Journal of Obesity, titulado “¿Motivador o estigmatizante? La percepción que tiene el público del lenguaje relacionado con el peso que usan los profesionales sanitarios”. Pues bien, mi sorpresa ha sido mayúscula al descubrir quién fue su primera firmante: la Dra. Rebecca Puhl. Seguramente no se ha citado por pura modestia, lo que la honra, en mi humilde opinión.

Dicho artículo consistió en una encuesta a una muestra representativa de los adultos americanos, que mostró que el uso de un lenguaje inapropiado (Ej.: “gordo”, “gordito” u “obeso”) por parte de los profesionales sanitarios no solo estigmatiza y culpabiliza, también reduce la motivación para perder peso y, desde luego, fulmina las ganas de pedir ayuda sanitaria. Como es lógico. ¡Con lo fácil que es sustituir “el obeso” por “una persona que presenta obesidad”!

Posdata: Muy agradecido a María Jiménez Martí , y también a mis amigos Mónica Albelda (psicóloga y técnico superior en dietética, coordinadora de Espacio Abierto – @psico_diet-) y Luis Ruiz (pediatra y miembro de la junta y responsable de la salud materno infantil del comité UNICEF Cataluña -@LRuizGuzman-) por su ayuda en la elaboración de este artículo.

 

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Complementos dietéticos para perder peso: peor que inútiles

Julio Basulto

@JulioBasulto_DN

¿Le cuesta realizar cambios en su manera de alimentarse? ¿Le es difícil iniciar y sostener unos buenos hábitos de ejercicio físico? En tal caso será presa fácil de los vendedores de elixires, pócimas y mejunjes de toda clase (por qué no cuerno de antílope con escarabajos y sanguijuelas) que le prometerán el éxito y el poderío sin más esfuerzo que tragar unas cuantas pastillitas al día. Siempre que, eso sí, pague en metálico una suma nada despreciable de euros contantes y sonantes. Y es que pese a que cada vez sabemos con más certeza que ningún complemento dietético esconde el santo grial para perder peso, aumenta sin cesar la cantidad de población que los consume, para gran júbilo de las multimillonarias empresas que los venden. Es lo que se conoce como una “relación asimétrica”.

Incluso los complementos que en un principio parece que ejercen cierto beneficio (siempre pequeño), acaban  mordiendo el polvo cuando examinamos las investigaciones de cerca, como ha sucedido recientemente con el glucomanano. Pero en el título he puesto “peor que inútiles”. ¿Por qué? Porque pueden generar en la población una falsa sensación de seguridad que les permita ser indulgentes con sus hábitos de vida. Algo muy, pero que muy indeseable, sobre todo si no “funcionan” para lo que prometen.

Veamos, por ejemplo, una investigación publicada en agosto de 2011 en Psychological Science, que detalló lo siguiente:

“[…] debido a que la población percibe que los suplementos dietéticos confieren ventajas para la salud, su uso puede crear una sensación ilusoria de invulnerabilidad que desinhiba conductas no saludables”.

Los investigadores observaron que los participantes que tomaron píldoras creyendo que en ellas había suplementos dietéticos, caminaron menos en los días siguientes, mostraron  un menor deseo de hacer ejercicio físico y fueron más proclives a participar en actividades hedónicas (Ej.: comer o beber de forma desequilibrada), en comparación con los participantes a los que se dijo que las pastillas eran un placebo. El mecanismo subyacente de estos efectos fue definido por los autores como “invulnerabilidad percibida”. No olvidemos que el sedentarismo es uno de los principales factores de riesgo: causa el 9% de la mortalidad  prematura, según mostraron Lee y colaboradores en julio de 2012 en la revista Lancet.

También constató una desinhibición de los comportamientos insanos una investigación publicada en diciembre de 2011 en Addiction, que observó que los participantes que pensaban que estaban tomando un suplemento dietético fumaron más que los que fueron asignados (al azar) al grupo control. ¿Por qué? Por la creencia (errónea a todas luces) de que tales suplementos pueden proteger del cáncer.

Así que, como ven, esta sensación de invulnerabilidad puede ser tan peligrosa como tirarse desde el balcón pensando que abajo hay una colchoneta, cuando lo que había era un holograma. Pero volvamos a los complementos dietéticos.

Se acaba de publicar en la revista Appetite (junio de 2014) un estudio con un título que habla por sí solo. Lean, lean: “Tomar suplementos para perder peso puede provocar una liberación del control de la dieta”. O sea, a más suplementos, peor calidad dietética. De traca.

En su análisis, el uso de suplementos diseñados para perder peso indujo un optimismo desproporcionado hacia la evolución de la reducción de peso, lo que condujo, según los autores de la investigación “a la abdicación psicológica de la regulación dietética”. Resulta que los participantes que recibieron un supuesto suplemento (en realidad ninguna pastilla contenía sustancias activas) comieron más y peor que los que tomaron un placebo.

Si los suplementos alimenticios para perder peso (ineficaces, según una revisión sistemática publicada en febrero de 2011 en Obesity) minan la autorregulación del patrón de alimentación o de nuestro estilo de vida, son, a mi entender, peor que inútiles. Y con esto les dejo: me voy a correr un rato.

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El “efecto alcachofa”

Les voy a explicar una pequeña anécdota (instructiva, en mi opinión) que me ocurrió hace varios años, relacionada con una inocente alcachofa y que tiene mucho que ver con el día a día de un dietista-nutricionista. Pero antes permítanme agradecer encarecidamente a mi amiga Mónica que me permita estrenar este pequeño espacio: todo un honor, Mónica, mil gracias.

El caso es que cierto día, mientras visitaba a un amable paciente por segunda vez en un mes, descubrí la existencia del “efecto alcachofa”. No lo busquen en un manual de nutrición o de psicología: no creo que lo encuentren. Ahora verán por qué.

Además de dar consejos dietético-nutricionales, los dietistas-nutricionistas solemos rogar al paciente que anote, durante los próximos días, todo lo que coma o beba.  Así lo hice con el paciente antes citado y, en la segunda visita, entre otras cosas, revisé sus anotaciones. Me llevé una grata sorpresa cuando detecté que para comer había incluido las alcachofas. Es un alimento la mar de recomendable, aunque no es lo mismo hacerlas al horno, hervidas o al vapor que cortarlas muy finitas y freírlas en abundante aceite (en este último caso aportan muchas más calorías).

Así que le pregunté cómo había cocinado las alcachofas.

–          ¿Cocinar? No, no, las unté en unas galletas saladas.

–          ¿Untar? ¿Galletas? – Respondí a la vez que, disimuladamente, tragaba saliva.

–          Claro. Usted dijo que priorizara el consumo de hortalizas y de alimentos de origen vegetal ¿no es así? Pues por eso unté el paté de alcachofas en las galletas saladas.

En tales momentos, lo más importante es ser conscientes de que de igual manera que un niño no aprenderá bajo presión, ningún paciente entenderá un concepto si no mantenemos la calma y nos explicamos de manera clarificadora. Por eso mismo, procedí a relatarle que el contenido en grasa y sal de un paté de alcachofa es muy superior al de una alcachofa hervida, y que no es lo mismo el pan integral (mejor “sin sal”) que las galletas saladas. Su respuesta fue:

–          Pero si tanto el paté de alcachofa como las galletas eran ecológicas.

Respiré hondo,  anoté mentalmente “efecto paté de alcachofa ecológico”, (que aquí he resumido en “efecto alcachofa”) y le expliqué que el hecho de que un alimento sea ecológico no compensa ni sus calorías, ni sus grasas, ni sus azúcares ni, desde luego, su contenido en sal. En junio del año pasado, el periodista Antonio Ortí y yo hablamos sobre este tema en el texto “Alimentos “orgánicos”, ¿son más nutritivos?”.

En suma, los dietistas-nutricionistas (como cualquier otro profesional sanitario) debemos evitar el aquí bautizado como “efecto alcachofa”, que se resume en lo siguiente: no solo hemos de dar consejos, debemos verificar que el paciente nos ha entendido bien.

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