Cómo me ha gustado un artículo recién publicado en Medscape, firmado por la Dra. Rebecca M. Puhl. Me ha gustado el título, me ha gustado el contenido y me han gustado hasta las referencias bibliográficas. Solo he echado de menos una cita en la bibliografía, que guardo como oro en paño desde el año pasado, y que comentaré en unas líneas.
Vayamos al título “Lenguaje y obesidad: poniendo a la persona antes que la enfermedad”. Nos transmite un mensaje bien claro: uno sigue siendo persona, aunque padezca una enfermedad. Hace poco leí una metáfora que señalaba que, dado que un billete arrugado sigue teniendo el mismo valor, podemos aplicarnos lo mismo cuando sufrimos alguna clase de percance en la vida: aunque estemos deprimidos o enfermos, nuestro “valor” sigue intacto.
Se me ocurre que de igual manera que diremos que estamos ante un “billete arrugado”, y no ante una “arruga”, deberíamos decir que una persona padece depresión, no que es un “deprimido”. Sucede así con otros muchos trastornos. No estamos, por ejemplo, ante un “niño autista”, sino ante un niño con autismo o “que presenta autismo”. Tampoco estamos ante a un “sidoso” sino ante alguien que padece el sida o, mejor, “víctima del sida”.
En cuanto al contenido del artículo, se aborda de forma magistral un tema del que muchos profesionales sanitarios no son conscientes: la importancia de las palabras. Habla de un lenguaje codificado como “las personas primero”, y explica que “las personas no se definen por su diagnóstico”. O sea, haremos referencia a la condición que presenta la persona, nunca a lo que una persona “es”. Al usar este lenguaje ofrecemos a quienes nos rodean “más dignidad y respeto ya que se enfrentan dos retos sociales y médicos relacionados con su salud”, según la Dra. Puhl. Un respeto que no abunda, desgraciadamente, en el terreno del peso corporal, tal y como expliqué en el texto “La pereza, ¿engorda?”.
En dicho texto insistí en que no podemos culpar a alguien con exceso de peso de sus kilos de más, de igual manera que no decimos que la sordera es por culpa de no escuchar. Cada vez tenemos más pruebas de que nuestro entorno “obesogénico” es en buena parte responsable de nuestra ganancia de peso con los años. Un ejemplo nos lo brindó la Dra. Margaret Chan, directora de la Organización Mundial de la Salud, el 10 de julio del presente año (2014). La Dra. Chan declaró que “las prácticas de la industria, especialmente el marketing de alimentos insanos y de bebidas insanas a niños, contribuyen a la epidemia de obesidad”. Pueden comprobarlo en este enlace.
Sea como fuere, nunca deberíamos decir que alguien que presenta obesidad es “un obeso”, porque ello, además alentar los prejuicios y generar un estereotipo negativo y estigmatizante, puede dañar a la persona que lo escucha. Y mucho. Puede perjudicar su calidad de vida tanto desde un punto de vista psíquico como físico pero también puede deteriorar sus relaciones sociales.
Sin embargo, podría citarles varios documentos en español relacionados con el sobrepeso y la obesidad que hablan de “los obesos” o de “las obesas”. Una pena. Estoy seguro de que sus autores no lo han hecho con mala intención, pero sería mucho mejor si ese error no estuviera presente: los profesionales sanitarios, lo queramos o no, desempeñamos un importante papel en la formación de actitudes y percepciones de la sociedad hacia cualquier trastorno, y eso incluye a la obesidad. Por suerte, como explica Rebecca M. Puhl, numerosas organizaciones de salud internacionales llevan años integrando en sus documentos el lenguaje basado en “las personas primero”, que tiene como objetivo evitar desigualdades y respetar la dignidad de quien presenta obesidad.
Decía que la bibliografía que cita la Dra. Puhl me ha gustado mucho, pero que he echado de menos en ella un interesantísimo artículo científico que atesoro en mi ordenador desde el año pasado. Es el que recogió la edición de abril de 2013 de la revista International Journal of Obesity, titulado “¿Motivador o estigmatizante? La percepción que tiene el público del lenguaje relacionado con el peso que usan los profesionales sanitarios”. Pues bien, mi sorpresa ha sido mayúscula al descubrir quién fue su primera firmante: la Dra. Rebecca Puhl. Seguramente no se ha citado por pura modestia, lo que la honra, en mi humilde opinión.
Dicho artículo consistió en una encuesta a una muestra representativa de los adultos americanos, que mostró que el uso de un lenguaje inapropiado (Ej.: “gordo”, “gordito” u “obeso”) por parte de los profesionales sanitarios no solo estigmatiza y culpabiliza, también reduce la motivación para perder peso y, desde luego, fulmina las ganas de pedir ayuda sanitaria. Como es lógico. ¡Con lo fácil que es sustituir “el obeso” por “una persona que presenta obesidad”!
Posdata: Muy agradecido a María Jiménez Martí , y también a mis amigos Mónica Albelda (psicóloga y técnico superior en dietética, coordinadora de Espacio Abierto – @psico_diet-) y Luis Ruiz (pediatra y miembro de la junta y responsable de la salud materno infantil del comité UNICEF Cataluña -@LRuizGuzman-) por su ayuda en la elaboración de este artículo.